4 DE FEBRERO, 2019_BODEGA

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Hemos llegado al fondo del ojogallo de este año, y divisamos ya los relieves de su poso. Ante la dramática ausencia el paisaje podría parecernos desolador, pero es capaz de sorprendernos con intrincadas formas y reflejos. Beberlo ha sido un placer, y hemos guardado alguna botella para el que no lo haya probado, aunque dudamos que lleguen al verano. Mientras tanto, el movimiento continúa en el interior de las barricas de tinto, comenzando a decaer tras casi dos meses de actividad bacteriana. El vino ha perdido su aspereza inicial, por lo que puede estar concluyendo la fermentación maloláctica. En boca se nota el chisporroteo del carbónico y las sensaciones, al igual que en nariz, son buenas; aunque a estas alturas de la crianza siempre nos asalten las dudas. Es tan solo nuestra cuarta tentativa y no tenemos claras las referencias, así que todavía nos preguntamos qué será de este vino, si conseguirá llegar a buen puerto, si lo disfrutaran henchidos de gozo y orgullo nuestros gaznates o se torcerá por el camino. Pero la duda, tan sana, hace que nos preocupemos por él y permanezcamos atentos a su evolución, disfrutando así de los procesos intermedios y la cercanía al producto. Dudar nos hace enamorarnos.