Presentación

En los años que llevamos viviendo en Grávalos nos hemos ido empapando del mundo del vino. Un mundo que hasta ahora solo conocíamos de pasada y oídas, desde fuera. Ayudando a los amigos hemos vendimiado, pisado uva en sus lagos, podado, esparrizado, encubado, trasegado, embotellado. Y, sobre todo, hemos descubierto nuevas formas de disfrutar de estos caldos generosos y la infinidad de matices culturales que los rodean.

Ahora, con el proyecto de Garnacha de Grávalos, queremos poner en contacto a otras personas con los conocimientos que vamos adquiriendo sobre el terreno, intentando generar entre todos un vino propio, con una historia que nos pertenezca, experimentando los distintos procesos para poder entenderlos y disfrutarlos con profundidad, a la vez que nos hacemos responsables de ellos.

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Grávalos es un pequeño pueblo de la Rioja oriental situado en las faldas del monte de Yerga, a setecientos cincuenta metros de altitud. Su vida ha girado siempre en torno al vino, que durante mucho tiempo se ha vendido a los pobladores de tierras más altas de la meseta, la tierra de pan de Soria y Burgos, o a los trajineros que comerciaban con sus carretas por el valle del Ebro. La cara norte de la colina sobre la que se asienta el pueblo está atravesada por infinidad de pequeñas bodegas donde cada familia elaboraba los caldos que se convertirían, con el tiempo y los cuidados, en uno de sus principales sustentos, y que ahora son utilizadas para hacer vino de uso doméstico o como merenderos.

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La garnacha es la variedad de uva que se ha cultivado de forma tradicional porque se adapta bien a la escasa lluvia y largos inviernos que caracterizan nuestro clima. Desde mediados de los años ochenta está siendo sustituida por cepas de tempranillo debido en parte a la preferencia de los consumidores por los caldos de la Rioja Alta, donde el tempranillo, con un ciclo vegetativo corto adaptado a un clima de matices más atlánticos, alcanza una excelente calidad.

Aquí, aunque en estos momentos predomina el cultivo del tempranillo a pesar de un ambiente más mediterráneo, la gente mayor sigue utilizando las uvas de esa pequeña viña de garnacha que todavía está en su poder para hacer el vino que beberán con la familia y los amigos durante el resto del año. Nosotros queremos dejarnos llevar por ese ejemplo, y trataremos de adaptar a nuestro gusto vinos elaborados exclusivamente con uvas de garnacha.

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La viña que nos proporcionará la uva fue plantada en vaso hace unos treinta años, y posteriormente elevada a espaldera cuando llegó el regadío. Se encuentra en una pendiente suave de la cara noreste del monte de Yerga, en una zona del término de Monegro conocida como el Corral de los Pollos.

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Su suelo está formado por un fondo arcilloso cubierto de calizas en el que encontramos zonas de acumulación de cascajo. El cascajo son cantos rodados formados a partir de desprendimientos de la cercana sierra de Yerga que se han ido erosionando por la acción de los elementos y las labores de los agricultores que trabajan sus laderas. Este piedemonte con poca inclinación en el que se encuentra la finca es lo que los geólogos denominan glacis.

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Nuestra casa fue en su tiempo cuadra, pajar y granero, y está construida sobre una bodega que sirvió de base al resto de construcciones y quedó en desuso como tal a mediados del siglo pasado para empezar a llenarse de trastos y escombros. Cuando realizamos la reforma de la casa la adecentamos un poco para usarla como un espacio donde poder escapar de los calores del verano o los rigores del cierzo; pero sus caños y huecos vacíos parecían hambrientos y, sin darnos cuenta, volvimos a abarrotarlos de maderas, bicicletas y la más diversa y aparatosa cacharrería procedente de ruinas y derribos. Así, a los pocos meses, habíamos convertido la bodega de nuevo en un trastero.

El curioso hambre de nuestra bodega nos hizo reflexionar sobre los distintos usos que se le podían dar a un espacio y la tendencia del vacío a absorber elementos. Y tratando de ser justos con ella, pensamos que lo mejor para saciar su apetito sería volver a llenarla de vino, pues para eso había nacido. Asomados a su entrada, divagando sobre esa posibilidad, nos pareció que la bodega sonreía desde sus más oscuros rincones y, apoyados en esa extraña complicidad con la prolongación subterránea de nuestro hogar, decidimos comenzar la obra.

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BEBE BIEN

QUE HAS

DE MORIR