1 DE FEBRERO, 2016_ALMENDROS

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Los almendros de las Yecas, una zona abrupta y de tierras pobres de nuestro pueblo, ocupan bancales en los que hace tan solo cincuenta años predominaba la viña. La altitud y orientación de estos bancales, entre 600 y 700 metros, bien expuestos al sol y protegidos del cierzo, son óptimas para el cultivo de la vid. Pero a su vez son piezas pequeñas que complican la vida de los agricultores a la hora de llevar a cabo trabajos mecanizados. En el momento que se cambiaron caballerías por tractores el viñedo fue emigrando a terrenos más amplios para dejar paso en muchos lugares a los almendros, que no requieren tantos cuidados y nos regalan en pleno invierno su hermosa floración.

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En el campo, aunque las cosas parecen suceder a un ritmo lento, imperan tendencias y modas que transforman su aspecto en pocos años. Al fin y al cabo se busca producir lo que se demanda, lo que genera más beneficio, desplazando algunas plantaciones de sus zonas habituales a otras en las que poder aumentar su productividad gracias al uso de maquinaria. Aquí solemos pecar de adaptar nuestros cultivos tradicionales a maquinaria importada desde otras latitudes, en vez de procurar inventar y desarrollar herramientas que se adecuen a usos que se han ido afinando a lo largo de los siglos. Toda esta vorágine transformadora se suele llevar a cabo casi de un día para otro, en una especie de contagio durante el que nadie se detiene a reflexionar.

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La viña de garnacha de la que obtenemos la uva es fruto de una excepción a estos contagios. Cuando se plantó, hace unos treinta años, lo normal hubiera sido hacerlo con tempranillo. Pero todavía rondaba por la cabeza de alguno de nuestros mayores lo que había visto durante toda su vida, que no era otra cosa que el cultivo de garnacha. Ahora nosotros, gracias a que la tradición tuvo su peso en ese momento, podemos disfrutar de sus frutos.